lunes, 26 de noviembre de 2007

Valentín Alsina

Una vez me dijo un amigo que las zonas industriales de Lanús y Avellaneda tenían un irresistible parecido con los barrios obreros de Londres. No puedo suscribir esta afirmación porque yo nunca anduve por Londres, pero la palabra de mi amigo me merece la mayor confianza.
Los Beatles
no dejaban de ser, por otra parte, cuatro muchachos de un barrio obrero de Liverpool.

Y el Racing Club de Avellaneda, en épocas de su inaudita quiebra, fue llamado por el diario El País de Madrid: “El club de un barrio obrero de Buenos Aires”.
Valentín Alsina está en Lanús, pero casi en el borde de Avellaneda. Y a barrio obrero no le gana nadie.
(O por lo menos no le ganaba nadie).
Yo caminaba entre tornerías y talleres metalúrgicos. Yo desandaba mis pasos entre los frigoríficos y las curtiembres. Y a veces pasaba al costado de los corralones y las barracas. Circulaba el tranvía por el empedrado del Boulevard Alsina y los hombres bebían por las tardes en los mas oscuros almacenes y bares de la zona.
Valentín Alsina, mi barrio, no se representaba en colores.
Valentín Alsina era gris, blanco y negro (y a lo sumo marrón y ocre).
En Cali se aparecían los sonidos. La emoción de la marcha “A mi Bandera” y la melancólica melodía de “Aurora”. Yo merodeaba por el Libro Anual de Patoruzú y por la magia de El Eternauta.
Quiero decir que tanto él como yo anduvimos después por los caminos del mundo y de la Argentina.
La vida nos dio de a poco la magia, el amor, la muerte, el dolor y la esperanza peregrina.
Y a pesar de todo nunca dejamos de ser dos ingenuos muchachos de Valentín Alsina.

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